Hace dos años escribí poemas sobre un hospital, sobre mi madre en un hospital, moribunda. Más bien, los poemas se escribieron solos, llegaron sin avisar y sin indicio del tema. A veces me pasa eso, a veces escribo cosas que no sé de dónde, y después, cuando comprendo, estoy acorralada por ellos mismos. Hace un año me prestaron La más mía, yo no la pedí, me lo dieron así,
Tienes que leerlo. Después encontré La enfermedad y sus metáforas. Hace dos meses le dije a mi amiga
Creo que le quedan cinco años con nosotros, no supe por qué salió eso de mí, pero también lo escribí: cinco años. Un mes después mi madre enfermó, ha estado en hospitales, cáncer. He dejado de creer en las casualidades. Últimamente pienso que escribir es leerme las cartas yo misma, una especie de sortilegio. Escribir es condenarme.
Caminábamos y te contaba de mi imposibilidad para separar, me dijiste
Tienes que empezar a hacerlo, no todo en la vida son textos. Lo pienso mucho, quizá demasiado. Hoy saliendo de ducharme, me pregunté por qué me enamoré de un hombre en la ciudad que es noche, por qué de ese hombre, tan distinto a lo que acostumbro, y una de mis respuestas (porque nunca hay una sola) fue: porque él es literatura. Es empezar ignorando, deshojar, es imágenes, leer entre líneas, no preguntar, dos o tres vidas en una sola, que a veces den indicios pero el misterio persista. La certeza de que hay algo más. Siempre.
Tal vez sea porque tengo dieciocho años, pero en mi vida todo parece literatura, buena o mala, pero literatura a fin de cuentas.